Bilbao, 27 de noviembre de 2012
Cuando Marian Madrid, profesora del departamento de Ciencias
Políticas de la Universidad de Burgos, me indicó que hiciera un breve
ensayo sobre el libro de Iñaki Esteban El efecto Guggenheim para
la asignatura de “Organizaciones Administrativas”, apenas llevaba
unos meses trabajando en Bilbao un par de días por por semana. Coincidió
además que el día que inicié la lectura del libro fue en el metro de
Bilbao el mismo día que el museo Guggenheim cumplía quince años abierto
al público.
El pasado 18 de octubre de 2012, la ciudad de Bilbao se vistió de
gala para conmemorar el aniversario de su museo, del museo que la
presentó internacionalmente y la cambió la vida. El efecto Guggenheim habla
de todo esto, de cómo un proyecto fue capaz de trasformar una ciudad
transversalmente desde el punto de vista cultural, urbanístico, político
y social. Desde las reticencias y desencuentros iniciales de buena
parte de la sociedad vizcaína y vasca hasta orgullo compartido de estos
días. Un largo recorrido que ha merecido la pena, que ha logrado cambiar
la identificación del bilbaíno con su ciudad y del resto del mundo con
ésta.
A lo largo del pequeño ensayo que he hecho para la Universidad, he
procurado realizar un paralelismo constante con un proyecto que en mi
opinión también supone o, mejor dicho, podría suponer un antes y un
después en mi ciudad natal y de residencia, Burgos. Me refiero al
Complejo de la Evolución Humana. Dos museos con un mismo objetivo:
proporcionar una oportunidad de cambio y de progreso para dos ciudades
muy distintas. Si el punto de partida podríamos definirlo de forma
similar, el recorrido de ambos proyectos nada tuvo que ver y por
consiguiente el resultado tampoco.
La naturaleza de ambos proyectos es sustancialmente diferenciada. En
Bilbao importaron una franquicia, en Burgos aprovecharon un recurso.
Cuando recuerdo al que fuera el portavoz del Grupo Municipal Socialista
en mi etapa como concejal del Ayuntamiento de Burgos, Ángel Olivares,
recibir un merecido homenaje de la sociedad burgalesa el pasado mes de
junio en el Fórum Evolución, no puedo resistirme a pensar en lo que
supuso que hace 13 años alguien pudiera siquiera imaginar que Burgos
pretendiera emular a Bilbao con una infraestructura que superara el
estricto campo cultural y colocara a la ciudad en el panorama
internacional más allá de que algunos estudiosos turistas la pudieran
identificar gracias a nuestra catedral universal.
Hoy miro desde Deusto al Guggenheim y puedo imaginarme el espacio
basura del entorno del museo en Abandoibarra, repleto de antiguas
infraestructuras industriales al albor de una ría sucia y abandonada de
hace quince años. Del mismo modo, cuando alzo la vista desde las
oficinas del edificio Avenida donde se ubica la empresa en la que
trabajo, puedo adivinar aún el antiguo parking al aire libre de
Caballería, una mancha de coches apilados en pleno centro de la ciudad
burgalesas. Hoy dos realidades muy distintas gracias a la voluntad de
unos pocos. Una voluntad de hierro que nos ha proporcionado una
oportunidad de presente y futuro para ambas ciudades.
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