jueves, 3 de octubre de 2013

Una restrospectiva a Bilbao y Burgos desde el Guggenheim y el MEH

 Bilbao, 27 de noviembre de 2012

Cuando Marian Madrid, profesora del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Burgos, me indicó que hiciera un breve ensayo sobre el libro de Iñaki Esteban El efecto Guggenheim para la asignatura de “Organizaciones Administrativas”,  apenas  llevaba unos meses trabajando en Bilbao un par de días por por semana. Coincidió además que el día que inicié la lectura del libro fue en el metro de Bilbao el mismo día que el museo Guggenheim cumplía quince años abierto al público.

El pasado 18 de octubre de 2012, la ciudad de Bilbao se vistió de gala para conmemorar el aniversario de su museo, del museo que la presentó internacionalmente y la cambió la vida. El efecto Guggenheim habla de todo esto, de cómo un proyecto fue capaz de trasformar una ciudad transversalmente desde el punto de vista cultural, urbanístico, político y social. Desde las reticencias y desencuentros iniciales de buena parte de la sociedad vizcaína y vasca hasta orgullo compartido de estos días. Un largo recorrido que ha merecido la pena, que ha logrado cambiar la identificación del bilbaíno con su ciudad y del resto del mundo con ésta.

A lo largo del pequeño ensayo que he hecho para la Universidad, he procurado realizar un paralelismo constante con un proyecto  que en mi opinión también supone o, mejor dicho, podría suponer un antes y un después en mi ciudad natal y de residencia, Burgos. Me refiero al Complejo de la Evolución Humana. Dos museos con un mismo objetivo: proporcionar una oportunidad de cambio y de progreso para dos ciudades muy distintas. Si el punto de partida podríamos definirlo de forma similar, el recorrido de ambos proyectos nada tuvo que ver y por consiguiente el resultado tampoco.

La naturaleza de ambos proyectos es sustancialmente diferenciada. En Bilbao importaron una franquicia, en Burgos aprovecharon un recurso. Cuando recuerdo al que fuera el portavoz del Grupo Municipal Socialista en mi etapa como concejal del Ayuntamiento de Burgos, Ángel Olivares, recibir un merecido homenaje de la sociedad burgalesa el pasado mes de junio en el Fórum Evolución, no puedo resistirme a pensar en lo que supuso que hace 13 años alguien pudiera siquiera imaginar que Burgos pretendiera emular a Bilbao con una infraestructura que superara el estricto campo cultural y colocara a la ciudad en el panorama internacional más allá de que algunos estudiosos turistas la pudieran identificar gracias a nuestra catedral universal.

Hoy miro desde Deusto al Guggenheim y puedo imaginarme el espacio basura del entorno del museo en Abandoibarra, repleto de antiguas infraestructuras industriales al albor de una ría sucia y abandonada de hace quince años. Del mismo modo, cuando alzo la vista desde las oficinas del edificio Avenida donde se ubica la empresa en la que trabajo, puedo adivinar aún el antiguo parking al aire libre de Caballería, una mancha de coches apilados en pleno centro de la ciudad burgalesas. Hoy dos realidades muy distintas gracias a la voluntad de unos pocos. Una voluntad de hierro que nos ha proporcionado una oportunidad de presente y futuro para ambas ciudades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario