Obuitario. "In Memorian". Publicado el 6 de octubre de 2013 en el diario EL PAÍS por Ramón Vargas-Machuca y Aurelio Arteta, catedráticos de Filosofía Moral y Política en las universidades de Cádiz y del País Vasco, respectivamente.
Hemos tenido la suerte de conocer a Juan Linz, fallecido el pasado
martes. Tras haber dejado la política y antes de volver a la docencia,
uno de nosotros marchó a Estados Unidos en agosto de 1993 para una
estancia de investigación en la Universidad de Yale y allí entró en
contacto con nuestro profesor. El otro le visitó varias veces desde
finales del año 2000 y con ocasión de un periodo investigador en la New
School for Social Research de Nueva York. La impagable acogida que
durante esos años nos dispensaron Juan Linz y su esposa Rocío Terán
alivió bastante la soledad de estos voluntarios “trasterrados”.
La talla intelectual de aquel sabio y sus conocimientos en tantos
campos nos impresionaron. Linz sugería muchas pistas e hizo que la
comprensión de la propia experiencia política ganara en calidad y vuelo.
Las charlas con él sobre la situación en España nos aportaron
perspectiva histórica y comparada, algo que, en especial a un
ex-diputado, ayudaba a relativizar pasadas mezquindades. Con personas
así, siempre queda el sentimiento de deuda y el recuerdo de una gratitud
gozosa.
Juan Linz era incompatible con el rencor. Si le llegaba alguna
maledicencia de los que se aprovecharon de él, contestaba siempre: “Para
qué molestarse, si voy a seguir enviándole las fotocopias que me pida”.
Carecía asimismo de doblez. Era transparente como amigo y franco como
crítico. Un hombre noble. En apariencia tristón, tenía una capacidad de
entusiasmo que contagiaba. Destaquemos su pasión conversadora. Su
análisis era más empirista que el nuestro, en el que predominaba un
acento normativo; su realismo corregía bastantes de nuestras reflexiones
más idílicas.
Con una información casi completa sobre el proceso de transición a la
democracia, ponderaba sus logros y alertaba de sus puntos vulnerables.
Su conocimiento sobre los nacionalismos en España no le permitía hacerse
ilusiones sobre los resultados de su acomodo institucional. Sería de
ver si, ante las amenazas secesionistas del presente, habría mantenido
su categoría de “semilealtad” para calificar a nuestros nacionalismos o
más bien el de deslealtad completa. Su enorme conocimiento de la
conducta de los partidos políticos hacía que escucharle sobre estos
asuntos fuera un privilegio.
Algunos colegas han considerado, sin embargo, que la erudición de
Linz devaluaba su saber, como si aquella lo dispersara y le hiciera
perder calado. Será tal vez la impenitente vanidad de algunos la que les
ha impedido percatarse del alcance práctico de su enseñanza. Para
nosotros, filósofos prácticos, las conversaciones con él durante estos
20 años han sido de mucha enjundia; de él siempre se aprendía.
Linz era moderado; no porque buscara la equidistancia, sino porque
desconfiaba de todo extremismo político. Sabía que las certezas en las
opiniones políticas conducen a la frustración y al enfrentamiento.
Primero fue una intuición, fruto de las vivencias de un niño en la
Alemania de entreguerras o en la España de la Guerra Civil y más tarde
la experiencia de un estudiante que intenta abrirse camino en la
universidad de la posguerra. Luego, la moderación fue actitud y punto de
vista fundados en una teoría de la democracia que los resultados de su
investigación avalaban. Paradójicamente su pasión por la política era
desapasionada.
Añoraba volver a España. Nos confesó que le llegaron varias
invitaciones, pero nunca cuajó una propuesta lo bastante nítida como
para tomársela en serio. El retorno de los mejores sigue siendo entre
nosotros asignatura pendiente de muy atrás. En los últimos tiempos le
notamos más triste. No ya solo porque los paquetes de Ducados hubieran
desaparecido de su entorno, ni siquiera por la intensidad de sus dolores
físicos. Le dolía sobre todo el estado de la política en España. El que
dejaba asomar siempre una punta de escepticismo, quien insistía en que
no se debe esperar de la política lo que no puede dar, era incapaz de
ocultar su decepción por el modo como se esfumaba entre nosotros lo que
parecía estable. Honrar a Juan Linz es atender a su lección. Él se pasó
la Transición recomendando a unos y otros hacer política dentro de unos
márgenes de acuerdo. Ahora es tan necesario como entonces, pero lo que
ayer fue factible parece hoy casi imposible. ¿Acaso se debe a obstáculos
mayores? No, simplemente al exceso de sectarismo que invade la política
y sus alrededores.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/10/06/actualidad/1381017340_889018.html
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