martes, 28 de enero de 2014

Fútbol y política. Matrimonio de conveniencia.

Hace ya mucho que dejé de negar lo evidente. El fútbol y la política están intrínsecamente ligados. Dicho ésto, siempre he tenido una opinión muy crítica sobre muchas de las actuaciones y comportamientos a los que nos tienen acostumbrados algunos responsables de varias entidades deportivas. 

Éstos, en lugar de dar ejemplo evitando cualquier oportunidad que provoque un enfrentamiento político a través del fútbol, hacen todo lo contrario, permitiendo e incluso participando de actuciones más propias de líderes políticos que de representantes de clubs o federaciones deportivas. No se trata de que me parezca mal algo que a mi modo de ver es normal, sino que la actitud de aquellos que ostentan responsabilidiades en el mundo del fútbol, sea la de utilizar el fútbol para sus propios intereses o fines políticos.

Hace unos años, en octubre de 2012, Jordi Badía publicó un artículo en El País que me parece muy apropiado para reflexionar sobre este asunto.  Tal como he apuntado anteriormente y así como él señala en ese mismo artículo, creo que "el problema no es esta convivencia, sino el uso que se hace del deporte en cuanto instrumento al servicio de la actividad política"(adjunto íntegramente su artículo):

La política ha pegado un acelerón en Cataluña. Y el FC Barcelona, primera institución deportiva del país, no se ha librado de la sacudida. Su presidente, Sandro Rosell, intentó dejar a la institución al margen, con el argumento de las distintas sensibilidades que la conforman. Sin embargo, pronto tuvo que rectificar.

Rosell empezó participando en la manifestación del Onze de Setembre a título personal y acabó por declarar ante la asamblea de socios compromisarios: “La institución siempre será fiel a su historia y a sus convicciones. Siempre defenderemos nuestras raíces y el derecho de los pueblos a decidir su futuro. Somos parte de la sociedad catalana y siempre defenderemos la voluntad de la mayoría. Queremos que nos entiendan y nos acepten tal como somos: catalanes”.

Entremedio, el Camp Nou había coreado “independencia” por primera vez en la historia de un partido del equipo azulgrana, como aconsejando a su presidente que no son tiempos para ambigüedades. Y ya se sabe que el próximo domingo el clamor por la independencia de Cataluña volverá a oírse ante el Real Madrid y que la presencia de estelades será masiva porque sus partidarios no piensan desperdiciar un partido de tamaña repercusión mundial.

Esta efervescencia independentista se vive de forma muy distinta en Cataluña y en el resto del Estado español, lógicamente, y el FC Barcelona, como entidad transversal, con seguidores en ambos lados sentimentales, lo padece internamente. Hace unos días, el tenista y culé Carlos Moyà publicó en este mismo diario un artículo en el que pedía dos cosas: que nadie le expulsara del barcelonismo por no ser catalán y que no se mezclara el deporte con la política. Por lo primero no debería temer porque no sucederá. Por lo segundo, tampoco debería sufrir, más que nada porque es inevitable.

Deporte y política han mezclado siempre. De hecho, el origen mismo del deporte tiene raíces sociopolíticas. Los sociólogos Norbert Elias, alemán, y Eric Dunning, inglés, han demostrado el papel del deporte como agente civilizador: la transformación de los pasatiempos ingleses en deportes reglamentados a partir de los siglos XVIII y XIX habría actuado en paralelo a la parlamentarización de las facciones políticas inglesas y ambos procesos habrían contribuido a cambiar las estructuras de poder en Inglaterra y a civilizar los hábitos sociales de la aristocracia y los caballeros ingleses, tanto por lo que se refiere a sus relaciones políticas como por lo que respecta a su manera de divertirse, en un sentido menos violento y basándose en unas normas reglamentadas y aceptadas por todos los participantes. Y entremedio, como bien han explicado los historiadores Xavier Pujadas y Carles Santacana, los clubes deportivos surgieron como intermediarios entre la reglamentación y los practicantes y los espectadores, en cuanto asociaciones que contribuyen a la sociabilidad deportiva a partir de agrupar a sus asociados por afinidades territoriales, de género, socioprofesionales, ideológicas, generacionales, etcétera.

El caso del FC Barcelona es paradigmático. Su vinculación con Cataluña es casi inmediata a su fundación. Un dato comparativo con el Real Madrid vale para entender su significado sociopolítico. Su masa social pasó entre 1921 y 1924 de 4.302 a 12.207 socios coincidiendo, por un lado, con el mito Josep Samitier y la construcción del estadio de Les Corts, y por otro lado, con el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera y el advenimiento de la dictadura, que dio al FC Barcelona un valor de refugio simbólico. Por su parte, el Real Madrid tenía 1.000 socios en 1922 y no llegó a los 5.000 hasta el año 1933. Que los clubes y las asociaciones deportivas tenían una significación cultural, social y política, fruto de las diversas tradiciones que las habían motivado, lo supo de inmediato el franquismo y por esta razón actuó de manera represiva contra las consideradas desafectas por ser próximas a postulados obreristas, republicanos o nacionalistas.

No nos engañemos: tampoco las democracias han renunciado nunca a aprovechar la potencia social del deporte. Basta con pensar en los Juegos Olímpicos, el Mundial de fútbol o la Copa Davis de tenis para comprender el valor nacionalista del deporte.

Es cierto: el deporte, la práctica deportiva propiamente, no es política en sí misma. Sin embargo, es inevitable que disciplinas con tanto arraigo social y, por ello, de tanta trascendencia convivan con la política. El problema no es esta convivencia, o conllevancia casi, sino el uso que se hace del deporte en cuanto instrumento al servicio de la actividad política; entonces puede ser positivo o negativo, a beneficio individual o colectivo. Sucede que estas cualidades casi siempre son relativas y siempre dependen de la perspectiva del observador."

El la foto arriba a la izquierda, una imágen del derby castellano Valladolid - Burgos con sus dos capitanes recogiendo la bandera de Castilla y León. Estos enfrentamientos no estuvieron exentos de altercados a principios de la década de los 90. En la foto arriba a la derecha, imágen de las aficiones del Celtic y el Rangers en Glassgow (Escocia). Dos hinchadas muy marcadas políticamente: católicos separatistas frente a protestantes unionistas. Abajo a la izquieda la selección autonómica del País Vasco reclamando el reconocimiento oficial como nación para "Euskalerría". Abajo a la derecha, pancarta en el Camp Nou en un clásico Barcelona - Real Madrid con la frase "Cataluña no es España".


No hay comentarios:

Publicar un comentario